El mar es vida

por firmm Team

Texto: Sevi Golinvaux, fotos : CEAR y firmm

El mar es vida,
El mar nos transporta,
El mar nos conecta,
Los pueblos del mar están unidos, …

Este artículo trata menos de los cetáceos y más del mar y los seres humanos. Vamos a ver cómo el mar conecta constantemente a personas que viven en continentes diferentes. Aquí, en Tarifa, lo vemos todos los días, cuando barcos de todo el mundo atraviesan el Estrecho de Gibraltar.

Como seguramente sabrás, desde el principio de la humanidad, los humanos han sido nómadas, migrando constantemente para sobrevivir. Y no fue hasta el final de la última edad de hielo (hace unos 12.000 años), cuando el clima permitió la agricultura. Entonces, grupos de humanos empezaron a asentarse en diversos lugares. De ellos surgieron ciudades y civilizaciones jerárquicas con reyes, faraones y otros poderosos emperadores… hasta nuestros días.

A pesar de esta tendencia sedentaria, los seres humanos han seguido migrando por todo el mundo por diversas razones: Unos para facilitar el comercio mundial a través de caravanas, como la Ruta de la Seda y las vías marítimas, otros para enriquecerse y encontrar oro y materias primas en otros lugares para traerlas de vuelta a casa, como los colonos europeos. Algunos se desplazan para huir de las guerras o de situaciones climáticas insostenibles o para encontrar una tierra más segura porque han sido expulsados de sus hogares, como los palestinos exiliados de hoy en día, los sudaneses, los rohinyás, los tibetanos, etc. También hay quienes emigran para mejorar su calidad de vida, como los europeos del norte que vienen al sur de Europa en busca de sol.

Quizás con excepción de las migraciones dentro del territorio Schengen, la mayoría de las migraciones son verdaderas aventuras hacia lo desconocido. Dependiendo de las circunstancias, ya sea por tierra o por mar, el viaje está lleno de peligros: sed, hambre, fatiga, adversidades climáticas, enfermedades, robos, ataques, encarcelamientos, asesinatos y traiciones son unos ejemplos. Muchos nunca llegan a su destino, mueren o desaparecen. Entre las cualidades que demostraron los emigrantes supervivientes que pusieron un pie en el país de acogida destacan el valor, la tenacidad, la fortaleza física y mental, la fuerza de voluntad y la audacia.

Katharina conoce bien estas cualidades, ya que tuvo que demostrarlas para hacer realidad su sueño de crear aquí, como mujer extranjera, una fundación para proteger a los mamíferos marinos. Así que la petición de Marta, del centro CEAR, para que un grupo de refugiados nos acompañara en una excursión de observación de cetáceos en el Estrecho, no le fue indiferente.

Y así, el 27 de septiembre, tuvimos el honor de acoger en nuestro barco a un grupo de 23 supervivientes, ahora refugiados en España. 23 jóvenes que arriesgaron sus vidas en una peligrosa travesía desde África Occidental hasta Canarias para escapar de una catástrofe y rehacer sus vidas en otro lugar. Esta travesía por mar es una experiencia traumática: miedo, estrés para los que no saben nadar, pánico y, a menudo, también la muerte... Seguro que ya has visto imágenes de barcos abarrotados en los medios de comunicación.

Algunas personas me han contado que tardaron mucho tiempo en encontrar el valor para volver a subir a un barco. Otros simplemente no vinieron. Tras una sesión informativa en una mezcla de francés, inglés y español, traducida al Wólof y al Bámbara, así como la distribución de cortavientos, embarcamos en el firmm-Vision hacia las 10:30 h para una salida de dos horas.

A bordo, el ambiente no se parece en nada al de una salida con un grupo de turistas. Evidentemente, lo que está en juego no es lo mismo: volver a subir a un barco por primera vez 7 u 8 meses después de la experiencia traumática de la travesía es todo un reto.

Soy su guía, pero también los observo… y veo mucha amistad, mucho orgullo, muchos selfies y fotos, mucha risa y alegría, mucho ánimo y también solidaridad con los que están menos agusto. Es un ambiente maravilloso, muy humano.

En cuanto a los cetáceos, vemos numerosos delfines mulares muy activos. Nos ofrecen saltos y acrobacias para el deleite de todos. Incluso vimos algunos saltando delante de un gran carguero. ¡Entusiasmo general! Luego llegó el turno de los calderones. Primero de lejos, luego se acerca el grupo de Fernando y los contemplamos junto al barco. Siempre es emocionante estar tan cerca de una ballena de 6 metros, ver su gran cabeza negra asomada fuera del agua y su espiráculo abriéndose para soltar un sonoro ¡¡¡Phhhh!!!

Uno de los invitados me enseñó con orgullo fotos suyas pescando con sus compañeros. Aquí tenemos a un pescador senegalés feliz de estar de nuevo en el mar: ¡Sonríe ampliamente durante las dos horas de viaje! A la vuelta, hace una demostración elaborada y muy precisa de los gestos y movimientos que hace en su barco mientras pesca. Realizados en cubierta, fuera de contexto, parecen una especie de danza o arte marcial. Todos estamos fascinados.

En otras caras veo preocupación, algunos ojos parecen estar en alerta máxima. Así que bromeamos para aligerar el ambiente… y funciona. Algunos se sienten un poco mareados, pero nos las arreglamos. Durante el viaje de vuelta, algunos chicos se colocan en la proa, visualizando su tierra de acogida mientras navegan hacia ella, por segunda vez… ¿En qué piensan? ¿En su viaje? ¿En sus familias? ¿En su futuro?

En el camino de vuelta, al pasar junto al barco rojo de Salvamento Marítimo a la entrada del puerto, uno de los jóvenes se asusta un poco al verlo… sin duda le vienen recuerdos de la travesía. Inmediatamente, otros 3 chicos acuden a tranquilizarle y a reírse con él. Hay un verdadero sentimiento de empatía y compañerismo entre ellos.

Tras desembarcar, todo el mundo se vuelve a quitar el cortavientos y aquí es también donde termina nuestro encuentro con estos supervivientes. «Muchas gracias». «Ha estado bien». «Nunca volveré (los que se marearon)». «Adiós, gracias»

Ellos regresan a la estación de autobuses y nosotros embarcamos con un nuevo grupo de turistas para un viaje de observación regular.

Fue una especie de paréntesis en nuestra vida cotidiana, aquí en la hiperturística ciudad de Tarifa. Un breve contacto con otra realidad del Estrecho de Gibraltar, tan cercana y tan lejana a la vez, porque a menudo es invisible. Una experiencia enriquecedora. Me alegra el corazón haber formado parte de unir estos dos mundos a través del mar.

Gracias al mar, que es siempre tan generoso y abundante.

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